domingo, 14 de noviembre de 2010

Rabia, de Sebastián Cordero

Un inmigrante ilegal en España comete un grave delito accidentalmente, así que decide esconderse en la mansión donde su novia trabaja como ama de llaves, sin que ni siquiera ella se entere, aislándose así de cualquier tipo de contacto humano.

Esta es la premisa de Rabia (2009), la cual me llevó a acudir a una sala de cine donde estuve solo como por diez minutos, hasta que llegaron... dos personas. Una lástima ver tan poca convocatoria para una cinta que, sin ser espectacular, sí vale la pena ver por su muy efectiva dirección, un guión inteligente y otra gran actuación de Gustavo Sánchez Parra, quien es los ojos del público para conocer los secretos de esta gran casa.

Con momentos de suspenso y emotivos, Rabia logra escapar a la claustrofobia que podría señalar su premisa. Obviamente, para toda película donde más del 97% de las cosas suceden en una misma locación, un guión dinámico e inteligente es necesario para sacar a flote la historia, y el guión del director, quien adapta la novela homónima del argentino Sergio Bizzio, lo logra.

La transformación física de Sánchez Parra para esta cinta es sobresaliente, sobre todo porque la vemos suceder a lo largo de la historia, y que nos recuerda la que Christian Bale hiciera para El Maquinista (2004), aunque esta es más severa aún.

Para mí, esta cinta habla de un amor muy especial, o al menos de una fantasía que seguro muchos de nosotros hemos tenido alguna vez en la vida. Y es la de poder observar y escuchar en todo momento a la persona que queremos, que amamos, una especie de vouyerismo no malsano sino romántico, aunque en este caso el observador es un fantasma que no puede tocar ni hablarle a su amada (la extremadamente hermosa y talentosa Martina García como la mujer que también debe enfrentar grandes pruebas a través de la historia).

Y así, a su manera, tan lejos y tan cerca, estos dos personajes logran estar juntos, separados por la rabia, pero unidos por su amor.

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