
Y aunque estas piezas pueden ser demasiado obvias si se está prestando atención, esto no impide disfrutar de este ambiente de opresión creado por el director y el histrión.
Quizás las escenas oníricas serán lo que más recuerde el público en los años por venir, y es que en ellas Scorsese plasma una oscuridad digna incluso del mejor cine de horror psicológico. Y precisamente como no estamos acostumbrados a ver al director adentrándose en este género, él aprovecha para experimentar, jugar, divertirse e hipnotizar con una serie de imágenes y secuencias memorables más que nada, repito, por su carga psicológica y emocional. No esperen aquí los clásicos sustos para dar el brinco y ya, porque saldrán decepcionados.
Sin embargo, no todo es perfecto, la historia comienza a perder ritmo hacia la recta final, pero logra recuperarse (¡y de qué manera!) con un desenlace que... sólo puedo decir a los que esperamos tanto y tanto tiempo ver esta cinta, que disfruten el viaje a Shutter Island, pues Martin y Leonardo hicieron que valiera la pena esperar.
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